¡Qué rabia me daba escucharlo! Además porque provenía de personas estupendamente fértiles que no habían tenido un solo problema para concebir y gestar hijxs. ¡Pero qué iban a saber ellos de mis pesares!
Por aquellos entonces, bastante tenía yo con lidiar con mis expectativas frustradas mes tras mes, test tras test, y el enfado con la vida, como para salirme de mí misma y ver por qué me decían cosas como la del título u otras lindeces que me he tenido que oír yo y otras muchas compañeras (y compañeros):
- Es que no te relajas
- No te cuidas lo suficiente (dicho por personas con dudosos hábitos)
- Estás obsesionada
- Tienes bloqueos ancestrales
- Tus chakras están desalineados (con todo el respeto hacia los chakras)
- No lo deseas de verdad, no es el momento, espérate más tiempo ( a los 38 años)
- Como pareja no estáis destinados para tener hijxs
- Tal vez es que no debe ser
- Con el tratamiento todo el mundo lo consigue, tranquila
- ¿Por qué no adoptas? (Como si adoptar fuera una decisión de segunda clase)
- Yo conozco a una que… (ponga usted el caso que le parezca y que no viene a cuento)
Lo que todas estas perlas esconden por debajo es un tufillo a culpabilidad:
NO LO HACES LO SUFICIENTEMENTE BIEN.
Como si todos los niños y niñas que llegan a este mundo procedieran de padres y madres relajados, con un exquisito cuidado de su salud, estabilidad emocional y en todo su árbol genealógico, chakras alineados, súperconscientes de lo que es la ma-paternidad y decidiendo, astrológicamente, cuándo es el mejor momento para que las nuevas almitas lleguen a este lugar llamado tierra.
Lo siento pero no. He trabajado muchos años muy cerca de esas almitas y he comprobado de primera mano que hay de todo: como en la viña del señor.
La infertilidad es una condición que nos toca o no, sin que hayamos hecho nada malo ni debamos sentirnos culpables por ello.
Una vez despachada a gusto, y para ser justa, tengo que decir que estoy plenamente convencida de que la gran mayoría de esos comentarios llegan desde la buena fe y la incapacidad de sostener el dolor ajeno. ¡En serio!
En general, no sabemos estar con el dolor de otra persona; empezamos a hacer cosas raras: cambiar de tema, minimizarlo, hacer una broma, improvisar una solución, un consejo, hiperpreocuparnos y estresar más a la otra persona, escapar con un positivismo que no corresponde en ese momento, y por último HACER COMENTARIOS TÓPICOS DE FORMA AUTOMÁTICA, porque algo hay que hacer o decir.
¿Y sabéis por qué? Porque nuestro dolor les conecta con el suyo (por otras razones, da igual) pero con el suyo propio.
Mi propuesta cuando alguien nos cuenta algo desde el dolor es el SILENCIO y la ESCUCHA. Muchas veces la persona solo quiere descargar un poco de frustración, compartir lo que está viviendo sin ser juzgada ni aconsejada. Ese hecho por sí solo, ya les hace sentir mejor. La escucha silenciosa es poderosa.
También podemos hacer la pregunta mágica: ¿qué necesitas? ¿puedo hacer algo por ti? Poniendo el foco en su necesidad y no en la nuestra de sacudirnos el dolor rápido de encima.
Mi propuesta si tú eres la recptora del comentario es LA ASERTIVIDAD. Es decir, decirle a la otra persona cómo te cae su comentario con el máximo respeto y empatía.
“Imagino que esto me lo dices para ayudarme, pero yo me siento culpable/sola/ridícula/enfadada, etc. cuando te lo escucho. En realidad necesito que me escuches/abraces/me lleves a tomar algo, no hablemos más del tema, etc.”
Es complicado porque no tenemos educación emocional en general y habrá quien te escuche, te respete y lo aplique, y quien siga con más de lo mismo. Yo en esos casos, dejaba de compartir.
Elegir las personas por las que te vas a dejar acompañar también es cuidarse.
Espero haberte podido ayudar en algo con esta reflexión, le he dado muchas vueltas con los años.
¿Te apetece compartir cómo ha sido para ti?
¡Seguimos!